El Instituto Humboldt, con motivo del Día Nacional de la Biodiversidad, presenta De la flor al plato, el microscópico universo de la polinización una serie de contenidos ilustrados para conocer y admirar este indispensable proceso que respalda el mantenimiento de ecosistemas estratégicos y con ello la seguridad alimentaria de los colombianos y el resto del planeta. En esta ocasión, y reconociendo la abundancia de la geometría en la naturaleza, las figuras cuadradas y circulares representarán a las plantas y a sus polinizadores.
Con sentidos minúsculos pero agudos contemplaremos, como espectadores de una serie televisiva, la puesta en escena del proceso de polinización: una historia con protagonistas silenciosos pero vitales; relaciones intensas, bígamas y polígamas; múltiples condiciones sexuales; fecundaciones asistidas o autónomas que sumados a otros personajes y factores dan a esta trama rumbos inesperados y situaciones complejas, ocultas a simple vista, sin las cuales serían impensable disponer y disfrutar de frutas, verduras, condimentos, semillas y bebidas en la cocina y la mesa.
El cuento de la abejita y su vigorosa semilla
“Que una abejita llega a la flor y deposita en ella su semilla y la fecunda, y así nacen los niños”; esa ha sido la explicación más común de los padres para evadir la incómoda conversación con sus hijos cuando les preguntan cómo traen los hijos al mundo. Tal comparación, en efecto, hace referencia a la fecundación con granos de polen, o lo que conocemos como proceso de polinización, que involucra a diversidad de especies de plantas con flores y a abejas, abejorros, murciélagos, moscas, cucarrones, colibríes, polillas, mariposas y a elementos naturales: viento y el agua. Sus encuentros obsequian amplia variedad de alimentos, ciertos medicamentos, subsistencia de ecosistemas y, por lo tanto, el bienestar y futuro de la humanidad en pleno.
En medio de condiciones bisexuales, unisexuales y relaciones bígamas, polígamas o autónomas para la reproducción, las plantas con flores, de entre 2 a 5 milímetros o hasta medio metro de altura, se mueven, coloquialmente hablando, entre dos fuegos o amores, puesto que atraen hacia ellas a los polinizadores, lo más cercano a un amante hecho a la medida, al tiempo que ahuyentan a ladrones de néctar, los pícaros y astutos.
Los polinizadores, animales por lo general voladores, usan las flores de manera obligada u ocasional con el fin de obtener beneficios en forma de recursos alimenticios, aceites, perfumes, precursores de feromonas; también como lugar de descanso, sueño y apareamiento, depósito de huevos, o sistema de calefacción para incrementar su temperatura. Tal recompensa viene dosificada, obligando al polinizador a visitar numerosas plantas hasta recoger en su cuerpo, intencional o accidentalmente, una cantidad suficiente de polen que luego deposita en los órganos reproductivos femeninos de otras flores, y otros individuos, por lo general de la misma especie. Tal fidelidad, o constancia floral, garantiza una eficacia reproductiva y evita interferencias causadas por consignar las células sexuales masculinas equivocadas en el lugar incorrecto. A este fenómeno se le conoce como síndrome de la polinización.
Esta conducta es catalogada como sorprendente por la ciencia puesto que las especies de plantas con flores conviven en una misma área geográfica en simultáneo, por lo cual ofrecen un abanico de recompensas frente a las cuales el polinizador podría optar por una “infidelidad floral” al visitar, sin distinción, a todas.
Y aunque la “infidelidad” de un polinizador podría resolverse con una reproducción autónoma, labor para la cual numerosas especies de plantas son autosuficientes, está demostrado que la presencia de un vector alado incrementa la cantidad y la calidad de los frutos que se forman, lo cual, desde el punto de visto económico, tiene un impacto considerable en el caso de los cultivos.