- Aura y Yaneth Robles Pardo, quienes llevan más de 20 años en el Instituto Humboldt, decidieron aplicar el conocimiento que tienen sobre plantas en un proyecto de restauración ecológica en su municipio natal.
- En varias zonas del cerro Marmolejo, afectadas por los incendios forestales y la deforestación, las hermanas han sembrado cerca de 500 robles con semillas que ellas mismas propagan en su casa.
- Las bellotas, como son conocidas las semillas de esta especie, las recogen de dos árboles grandes que tienen en su casa y de algunos que hay en el claustro de San Agustín donde funcionan las Colecciones Biológicas del Humboldt.
Villa de Leyva es un municipio de Boyacá que parece suspendido en el tiempo. Las calles del centro histórico siguen empedradas, caminos que fueron utilizados por los españoles para el paso de sus caballos. Las viviendas, todas pintadas de blanco, conservan las ventanas y puertas de antaño.
Este pueblo, fundado en 1572, es uno de los sitios más turísticos de todo el país. Miles de personas de todo el mundo lo visitan para conocer sus emblemáticos monumentos como la parroquia Nuestra Señora del Rosario, el museo con fósiles del periodo Cretácico o los Pozos Azules. Semana Santa y el festival de cometas en agosto, son fechas en las que no le cabe un alma más.
Sin embargo, el paso del tiempo sí ha causado estragos en parte de sus dominios, que suman 12.659 hectáreas. Desde la conquista española, sus bosques empezaron a mermar y el paisaje fue tomando forma de desierto. Aunque aún conserva tesoros naturales como el cerro Marmolejo e Iguaque, la laguna sagrada de los muiscas, las huellas humanas contra el verde son evidentes.
Desde pequeñas, las hermanas Aura Eugenia y Alba Yaneth Robles Pardo, fueron testigos de cómo empezó a palidecer el verde de Villa de Leyva, su municipio natal. Se criaron en una casa rural de una vereda del pueblo repleta de árboles, donde sus padres, Germán María e Isabel, criaron a siete hijos en medio de la naturaleza, los cultivos y los cerdos.
“Como fuimos criados en el campo, sentimos un gran amor por todo lo que tiene que ver con la naturaleza, en especial por las plantas. Salir a caminar por los cerros de Villa de Leyva a finales de los años 70 y comienzos de los 80 era algo muy bonito, porque estaban llenos de árboles y vegetación. Pero con el paso de los años, todo eso empezó a desaparecer por los incendios forestales y la deforestación”.
Cuando terminaron el bachillerato, mientras veían como el bosque desaparecía, las hermanas Robles, como las llaman en Villa de Leyva, cogieron caminos distintos. Yaneth inició su vida laboral con un arquitecto, ya que se había graduado como dibujante técnica en el colegio. “Allí estuve dos años. Luego me fui para Guainía a trabajar en un colegio, donde estuve dos meses”.
Por su parte, Aura aceptó la propuesta de una conocida para trabajar en las Colecciones Biológicas del Instituto Humboldt, donde reposan algunos de los mayores tesoros de la biodiversidad colombiana.
“Entré en 1996, cuando las colecciones funcionaban en la Real Fábrica de Licores. Mi trabajo consistía en montar partes de plantas en unas cartulinas, material que conformaba el Herbario Federico Medem Bogotá. En esa época me pagaban 300 pesos por montar una planta y como 100 pesos por hacer la etiqueta”.
El amor por las plantas que tenía desde niña le permitió hacer un buen trabajo, a pesar de que no contaba con la experiencia para montarlas. “El 1 de marzo de 1997 me dieron contrato laboral en el Instituto Humboldt, el inicio de un viaje de más de 25 años que me ha enamorado más de nuestra flora, en especial de las orquídeas”.
Caminos cruzados
Aunque cada una trabajaba en un sitio distinto, ambas seguían viviendo en la misma casa paterna repleta de plantas y flores. Solo estuvieron separadas durante los dos meses que Yaneth estuvo en las selvas del Guainía.
“Aunque no nacimos al mismo tiempo, ya que nos separan dos años (Aura tiene 46 y yo 48 años), parecemos como gemelas. Desde pequeñas desarrollamos una unión muy especial y nos apoyamos en todo lo que necesitemos”.
La vida les tenía preparada una sorpresa: sus caminos laborales se cruzaron para que trabajaran en el mismo sitio: el herbario de las Colecciones Biológicas del Instituto Humboldt, que hoy alberga más de 114.000 ejemplares de plantas de Colombia.
En 2001, la coordinadora de las colecciones le propuso a Yaneth un trabajo en el área de entomología, donde se estudian los insectos. “Allí solo estuve tres meses. Luego pasé al herbario a trabajar como asistente de botánica junto a mi hermana, armando las obras de arte con las plantas”.
El Instituto Humboldt les permitió mezclar sus tres amores: las plantas, el arte y la hermandad. “Desde el colegio tuve afinidad para hacer cosas manuales, por lo cual montar plantas junto a mi hermana es un regalo de vida. Lo único que nos dio duro fue el computador para hacer las bases de datos. Nuestros compañeros nos enseñaron el manejo de la tecnología”, dice Yaneth.
Las hermanas Robles se definen como toderas en el herbario. Ambas salen con frecuencia de Villa de Leyva para participar en las expediciones en campo y recolectar las muestras de las plantas. En la oficina las prensan, meten en el horno para se sequen y montan con hilos en cartulinas blancas de 30 por 40 centímetros.
“También nos encargamos de sistematizar y catalogar la información, revisar que los ejemplares no estén dañados y atender a las personas que visitan el herbario”, dice Aura. Yaneth, como es costumbre, la complementa: “nos encargamos de mostrarles todos los tesoros que esconde el herbario tanto a los académicos como al público en general. Las visitas de los niños son muy especiales”.
Curtidas de verde
Aunque el amor por las plantas lo llevan en sus venas, las Robles empezaron a nutrirse con toda la sabiduría de los botánicos que trabajaban en la colección y de los investigadores que lideraban las expediciones por la biodiversidad colombiana.
En una salida al Parque Nacional Natural Cordillera de los Picachos, en la vasta Amazonia, Aura aprendió bastante sobre la biodiversidad de plantas de este ecosistema y vivió en carne propia lo difícil que es estudiar la naturaleza.
“Fue mi primera expedición, una de las experiencias más bonitas, pero a la vez duras de mi vida. Yo no sabía que tocaba llevar a campo, por lo cual llevé ropa no apta como botas bajitas. Caminamos más de 12 horas para llegar al sitio de muestreo y nos tocaba dormir en el suelo. Sin embargo, ver y analizar las plantas de la Amazonia borró el sufrimiento”.
Yaneth, quien ha viajado menos que Aura, recuerda una expedición en Santander. “Tenía mucho susto de no poder rendir. Por eso permanecí todo el tiempo junto a Humberto Mendoza, botánico de esa época, para aprender más sobre plantas y estar pendiente de todo lo que necesitara. El frío en los páramos fue terrible”.
En todas las salidas y en el montaje a diario de las plantas, el amor por la flora se desbordó en las hermanas Robles. Para Aura, son los organismos que le dan vida a los demás seres. “Son las que nos permiten respirar y comer”. Yaneth la vuelve a complementar: “si no hay plantas no hay aves, mamíferos o insectos. Todo es una cadena o un ecosistema alrededor de las plantas”.
Afirman que se complementan muy bien en el trabajo. “Siempre hemos estado muy unidas, por lo cual nos apoyamos mucho cada vez que lo necesitamos. Aunque algunos han dicho que no deberíamos andar de arriba para abajo, nuestro trabajo habla por sí solo. Nunca hemos recibido una queja por eso”.
Robles en Villa
Con más de 20 años de experiencia sobre el mágico mundo de las plantas, las hermanas Robles decidieron dar marcha a una iniciativa ambiental propia que deje huella en Villa de Leyva y lo pinte un poco más de verde.
Todo empezó en 2017, cuando Tomás, el único hijo de Aura, se iba a graduar del colegio y tenía que presentar un proyecto para recibir el cartón. “Él propuso uno sobre siembra de semillas de Robles, en honor a nuestro apellido, pero no se lo aceptaron”, recuerda.
Como las dos hermanas habían recogido centenares de semillas de robles para el proyecto, decidieron escalar la iniciativa a nivel municipal. “Fuimos a donde el alcalde para que nos diera permiso de sembrar en unos predios públicos. Nos dio luz verde para iniciar nuestro proyecto de reforestación”, dice Aura.
Las Robles, con ayuda de su familia, construyeron un pequeño vivero en el patio de la casa para empezar a propagar las cerca de 500 semillas de roble o bellotas que habían recolectado en el cerro Marmolejo, el ecosistema que las vio crecer.
“Las bellotas las vamos metiendo en bolsas con tierra. A medida que van creciendo, llevamos los arbolitos al cerro para sembrarlos, siempre en sitios afectados por incendios forestales o la deforestación”, apunta Yaneth.
Las hermanas ya suman cerca de 500 robles sembrados en el cerro, individuos que hoy ya superan los dos metros de altura. “En noviembre del año pasado recogimos muchas bellotas y hoy en día estamos sembrando aproximadamente 160 arbolitos más. Todos los insumos para este proyecto vienen de nuestro bolsillo”, menciona Aura.
Los robledales no quedan a la deriva. Cada tres días, antes de ir a trabajar, las hermanas madrugan para regar los árboles, actividad que realizan sin falta los fines de semana. Según las Robles, no pueden sobrevivir solos porque Villa de Leyva es un sitio muy seco.
“Sembrar no es solo ir un día y dejar los arbolitos. Necesitan de mucho tiempo y cuidado, en especial en las épocas secas. Lo bonito de estas experiencias es cuidar todo lo que se ha sembrado”.
Además de pintar de verde el cerro de su pueblo con las siembras, las Robles están blindando varios nacimientos de agua. “La idea es regenerar los bosques para que vuelva a surgir el agua y regresen las aves. Esta iniciativa, que ha contado con la ayuda de nuestra mamá, quien adora las plantas, de la familia y algunos amigos, es nuestro granito de arena a la biodiversidad”, precisan las dos hermanas.
Para Yaneth, este proyecto familiar es un agradecimiento a toda la naturaleza que tuvieron el privilegio de ver cuando eran niñas. “En ese cerro aprendimos a nadar y comimos las frutas nativas de los árboles. Es un agradecimiento con la naturaleza porque nos permitió vivir una vida muy bonita y sana”.