Las comunidades indígenas y campesinas que habitan el bosque seco tropical de Montes de María, en el municipio de María La Baja, en el Caribe colombiano, han sido testigo durante las últimas décadas de los cambios en sus cultivos diversos que han pasado a ser monocultivos de palma africana y arroz, la disminución de las aguas que fluyen de la montaña, la desaparición de plantas medicinales y la creciente irregularidad de las lluvias. Los desbordes cada vez más frecuentes de los ríos causan inundaciones que traen consigo un sin fin de enfermedades, mientras los incendios no solo arrasan los cultivos de pancoger —cultivos que satisfacen parte de las necesidades alimenticias de una población determinada—, si no también el bosque tropical que además facilita a los habitantes el acceso al agua.
Sin embargo, para Duván Andrés Caro, quien se dedica a comunicar las problemáticas de estas comunidades empobrecidas, racializadas y olvidadas, el cambio climático “es un cuento de científicos, de ongs, de las ciudades. De otro mundo”.
Durante décadas, los científicos han depositado sus esperanzas en que la evidencia ayudaría a los políticos a tomar decisiones que reduzcan la vulnerabilidad social y los conflictos ambientales. Cada vez se oye con más frecuencia a los “tomadores de decisiones” del sector público y privado hablar de cambio ambiental y sustentabilidad. Pero, a medida que se multiplican las conferencias internacionales sobre el cambio climático, aumenta de forma exponencial el número de personas que abandonan las zonas rurales, desplazadas por la destrucción de la naturaleza y sus medios de vida. Y es que la desconexión entre los foros internacionales donde se buscan las soluciones y los territorios y sus pobladores es evidente.
Pero no todo está perdido. En la actualidad, están surgiendo nuevas formas de vincular a la ciencia con los territorios y los centros de toma de decisiones. Y es que si los científicos realmente quieren contribuir a buscar soluciones a los problemas ambientales, deben comenzar a tener en cuenta la voz de los pobladores locales y abrirse a sus conocimientos.
La producción conjunta, o “co-producción”, entre pobladores, científicos, tomadores de decisiones y otros actores sociales vinculados al territorio es una forma de reconectar esos mundos distantes y distintos, de generar espacios para el diálogo de saberes y generar espacios de negociación entre las partes.
Además, si los datos que se vienen generando en los centros de investigaciones se adaptaran a lenguajes comprensibles por las comunidades se podría dar un giro 180º a los procesos de toma de decisiones que afectan a estos territorios y sus habitantes. Esto facilitaría los procesos de restauración y conservación de los corredores biológicos, algo cada vez más urgente ya que de ellos depende la soberanía y seguridad alimentaria de las comunidades.
En este marco, los habitantes de la comunidad colombiana de María La Baja como los del pequeño poblado de Sachayoj (‘Señor del Bosque’, en quichua) en el Chaco argentino-que ha pasado de ser una de las mayores regiones boscosas del continente a una de las fronteras de deforestación más grandes del planeta en sólo 30 años- han participado de un proyecto científico que tuvo resultados promisorios de “co-producción” de conocimientos y capacidades.
El proyecto Resiliencia socio-ecológica ante el cambio ambiental global en territorios heterogéneos, reunió a pobladores, productores, científicos y otros actores sociales para identificar conjuntamente las principales amenazas y oportunidades para el desarrollo local. En Sachayoj, debido a la demanda de los actores del territorio, se está implementando un plan de monitoreo de indicadores ambientales para corregir malas prácticas y evitar mayores riesgos y vulnerabilidades. El monitoreo de polinizadores, por ejemplo, está reduciendo el uso de agroquímicos y favoreciendo la polinización biológica.
En María La Baja, por otro lado, la comunidad local y los científicos co-diseñaron piezas comunicativas sobre la vida y diversidad en el territorio, memoria y alimento, y acciones de bienestar y revitalización del territorio en el marco de conservación del Bosque Seco Tropical. El proyecto además ha impulsado y fortalecido las dinámicas socio ecológicas sobre monitoreo de fauna y flora y producción agrícola, para superar las vulnerabilidades de la región.
Las comunidades indígenas y campesinas que habitan el bosque seco tropical de Montes de María, en el municipio de María La Baja, en el Caribe colombiano, han sido testigo durante las últimas décadas de los cambios en sus cultivos diversos que han pasado a ser monocultivos de palma africana y arroz, la disminución de las aguas que fluyen de la montaña, la desaparición de plantas medicinales y la creciente irregularidad de las lluvias. Los desbordes cada vez más frecuentes de los ríos causan inundaciones que traen consigo un sin fin de enfermedades, mientras los incendios no solo arrasan los cultivos de pancoger —cultivos que satisfacen parte de las necesidades alimenticias de una población determinada—, si no también el bosque tropical que además facilita a los habitantes el acceso al agua.
Sin embargo, para Duván Andrés Caro, quien se dedica a comunicar las problemáticas de estas comunidades empobrecidas, racializadas y olvidadas, el cambio climático “es un cuento de científicos, de ongs, de las ciudades. De otro mundo”.
Durante décadas, los científicos han depositado sus esperanzas en que la evidencia ayudaría a los políticos a tomar decisiones que reduzcan la vulnerabilidad social y los conflictos ambientales. Cada vez se oye con más frecuencia a los “tomadores de decisiones” del sector público y privado hablar de cambio ambiental y sustentabilidad. Pero, a medida que se multiplican las conferencias internacionales sobre el cambio climático, aumenta de forma exponencial el número de personas que abandonan las zonas rurales, desplazadas por la destrucción de la naturaleza y sus medios de vida. Y es que la desconexión entre los foros internacionales donde se buscan las soluciones y los territorios y sus pobladores es evidente.
Pero no todo está perdido. En la actualidad, están surgiendo nuevas formas de vincular a la ciencia con los territorios y los centros de toma de decisiones. Y es que si los científicos realmente quieren contribuir a buscar soluciones a los problemas ambientales, deben comenzar a tener en cuenta la voz de los pobladores locales y abrirse a sus conocimientos.