• El Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, en coordinación con la Fundación Omacha, Corpoamazonia, Corporinoquia y la Universidad de los Andes, liberarán 200 tortuguillas matamata en aguas del río Bita –área de Tres Bocas, a las afueras de Puerto Carreño– este martes, 03 de mayo de 2016 a las 10:00 a.m.
• A través de métodos forenses y análisis genéticos, el Instituto Humboldt y la Universidad de los Andes determinaron que estas tortugas, incautadas en el aeropuerto de Leticia, no provenían de la cuenca del Amazonas sino del Orinoco.
• Este caso, sumado a otros similares registrados en años anteriores, confirma que la especie Chelus fimbriata es capturada en la Orinoquia y transportada hasta Leticia para sacarla del país, posiblemente por Perú, para comercializarla de manera ilegal en Estados Unidos, Europa y Asia.
Un trabajo articulado entre las autoridades ambientales, la policía ambiental, los institutos de investigación del Sistema Nacional Ambiental (Sina), ONG y la academia permitió que 38 de las 450 tortuguillas incautadas en Leticia, a finales del primer trimestre de este año, fueran examinadas para determinar su lugar de procedencia y así guiarlas a una futura liberación. La incautación confirmó que existe tráfico de tortugas matamata para comercializarlas ilegalmente en el exterior, todo esto amparado en la falta de orden y articulación para la inclusión de la especie en el apéndice de especie en amenaza, lo que detendría su distribución ilícita.
Hace aproximadamente cuatro años, autoridades ambientales de los Estados Unidos informaron a sus pares colombianos del decomiso de un cargamento de tortugas matamata en Miami (Florida), que al parecer provenía del Amazonas.
Carlos Lasso (investigador senior del Programa Ciencias Básicas de la Biodiversidad del Instituto Humboldt, quien investiga la distribución geográfica y la genética de las matamata en las cuencas del Amazonas y el Orinoco) fue contactado por la Fundación Omacha para apoyar este proceso. “Fernando Trujillo, de la Fundación Omacha, me pidió ayuda para repatriar a alrededor de 400 colombianos, como fueron llamados, lo cual no era posible entonces, porque una especie decomisada debe liberarse en el sitio de origen del que se le extrae y saber esto con exactitud no siempre es posible, pero sí su área de distribución aproximada”.
Con métodos forenses y seguimiento de pistas a través del ADN, “muy al estilo de la serie de televisión CSI –Investigadores en la Escena del Crimen–“, como lo califica Lasso, él y la especialista en tortugas Mónica Morales, también investigadora del Instituto Humboldt, asumieron esta labor como tarea institucional y, a partir de ese momento, recogieron muestras genéticas de la tortuga matamata en la cuenca del Orinoco y de la Amazonia, ambas áreas de distribución de la especie.
Para ese momento había sospechas de que las poblaciones de matamata que habitaban las dos cuencas, si bien parecían idénticas, desde el punto de vista genético podrían ser tan distintas que sería necesario tratarlas como unidades distintas, esto implicaría diferenciar las del Amazonas con las del Orinoco.
La historia se repitió en junio de 2015, cuando funcionarios de Corpoamazonia alertaron al Instituto Humboldt acerca de otro decomiso en el aeropuerto de Leticia. En esta oportunidad cerca de 300 ejemplares fueron hallados dentro de una caja e incautados a un motociclista, quien argumentó que provenían de un vuelo de Villavicencio, versión desestimada por lo improbable de su origen desde un lugar tan lejano. Por el contrario, se dedujo que procedían del río Amazonas, lagos de Tarapoto, Puerto Leguizamón, Putumayo o lugares circundantes.
Gracias a esta situación, muestras de tejidos de las tortugas fueron sometidas a estudios genéticos en el Laboratorio de Ecología Molecular de Invertebrados Acuáticos (EMIA) de la Universidad de los Andes, proceso liderado por la directora, Susana Caballero, y una bióloga del equipo, Laura Amaya, quienes confirmaron que los tipos no correspondían a tortugas amazónicas sino de la Orinoquia. Tras los análisis, el Instituto Humboldt alertó a las autoridades respectivas en caso de futuros decomisos.
Menciona la profesora Susana Caballero que “las liberaciones sin sustento científico perjudican a las poblaciones silvestres por los parásitos y enfermedades que pueden llevar; también porque si dos ejemplares de origen diferente se cruzan, sus crías podrían perder las capacidades adaptativas al medio por ser el resultado de dos cosas que estaban en procesos de diferenciación muy claros”.
En el EMIA, las muestras de tejido son procesadas hasta obtener el ADN completo que poseen las células, del cual un fragmento es replicado y amplificado. Después viene una secuenciación que descubre la cadena de bases (letras) para así comparar la diferencia, en este caso, entre dos ejemplares.
En palabras de Laura Amaya, este proceso “se asemeja a un libro en el que según la disposición de las letras en la página obtienes un mensaje, mismo que recibe una célula para funcionar como debe ser. Nosotros fotocopiamos varias veces esa hoja a una gran resolución para identificar la posición de cada letra, develar el mensaje escrito ahí y comparar entre un individuo y otro si son o no de una misma especie”.
El proceso de análisis genético da identidad a especies como las tortugas matamata –incluso a delfines, ballenas, tiburones, peces de agua dulce y salada, armadillos, ojos de anteojos, entre otras– y es un medio de alerta para las autoridades en caso de decomisos de fauna silvestre.
Tal fue el caso del cargamento ilegal de 450 ejemplares de matamata hallado por las autoridades ambientales en marzo pasado, en el Aeropuerto Alfredo Vásquez Cobo de Leticia, que al parecer pertenecía a una red de tráfico de fauna silvestre que pretendía enviarlo a los Estados Unidos. Al respecto, Carlos Lasso considera que “se repite la historia de años atrás, es decir, el comercio ilícito continúa, si esto lo comparamos con el narcotráfico en que a veces se incauta solo un 10 % de lo que realmente sale, podemos darnos una idea de la magnitud de este hecho”.
Al consultar a la bióloga Laura Amaya acerca de las posibles causas que hacen de la matamata una especie apetecida para el tráfico ilegal, ella menciona que “es una especie bastante particular por sus características, pues tienen protuberancias en la piel, la cabeza aplanada y ancha, una nariz larga de la cual solo saca parte de ella a la superficie para respirar y sumergirse nuevamente, tiene dos bigotes o filamentos con terminaciones nerviosas que detectan movimiento ya que son más bien cegatonas”.
Sumado a esto, la profesora Caballero considera, además, que “esta tortuga es apetecida por coleccionistas que desean una mascota exótica, lo que genera por fuera del país un mercado dispuesto a pagar por ella pues la tortuga no está incluida en ninguno de los apéndices de la Convención Internacional para el Tráfico de Especies Amenazadas, precisamente, por los vacíos de información al respecto de su composición genética, distribución, morfología, reproducción, etc. Lo interesante nuestro trabajo es que, muy probablemente, dé pautas para fijar una estatuto internacional”.
Por ahora, 200 de las tortugas que serán liberadas en la primera semana de mayo, llevarán una marca en su caparazón para un seguimiento posterior “de tal manera que en próximas salidas de campo si no han sido depredadas, colectarlas de nuevo, estudiar su crecimiento en la región y adaptación”, puntualiza Carlos Lasso.
Sin lugar a dudas, el desarrollo de herramientas de análisis genético para el manejo de poblaciones naturales, generación de conocimiento y conservación de la biodiversidad nacional –que en este caso tiene final feliz al regresar a su hábitat a 200 tortuguillas colombianas– dota de “garras y dientes” a autoridades ambientales para la aplicación de procesos de judicialización y toma de decisiones en procesos de reintroducción de especies, mientras se consolida una iniciativa, desde los organismos internacionales de control, que las proteja del tráfico ilegal.