Instaladas en las alturas, las plantas epífitas son refugio de ranas, escarabajos y gusanos; despensa de alimento para osos de anteojos, monos, ardillas u hormigas; y estaciones estratégicas de polinización. Con la guía de Mateo Hernández, naturalista y colaborador del Instituto Humboldt, nos instalamos en la espesa arboleda que refugia a esta silenciosa y subestimada vegetación que reclama reconocimiento y prestigio por encima de la función ornamental que comúnmente las identifica.
Las plantas epífitas –aquellas que crecen sobre otras– germinan en las altas montañas y están representadas en tres grandes grupos: las orquídeas, los helechos y las bromelias o quiches. Dichas especies tropicales, nativas de los bosques secos y húmedos colombianos, son de habitual comercio en tiendas de flores o plazas de mercados, también son usadas para el adorno de jardines residenciales exteriores e interiores.
Para los expertos en temas de plantas, las epífitas son el ejemplo de trabajo colaborativo, mientras en el campo sus habitantes tienden a tacharlas de aprovechadas. “Es muy común que los campesinos cuando las ven las llamen parásitas, creyendo que al crecer sobre los árboles les succionan la savia, como vampiros que se alimentan de sangre”, manifiesta Mateo.
En términos botánicos, hay diferencia entre una planta epífita y otra parásita: “las primeras se agarran de sus raíces al árbol y toman lo que cae directamente en la corteza sin robar nutrientes. Por el contrario, las segundas incrustan un órgano, el haustorio, en los tejidos de su planta hospedera para alimentarse”, menciona Hernández.
Las plantas epífitas son más comunes en bosques maduros, de más de 100 años de antigüedad, que hoy escasean en el país. Así lo explica Mateo: “al viajar por Colombia te encuentras bosques que probablemente no alcanzan el centenar de años debido a la sobre explotación y sobre población a la cual los hemos expuesto; con la desaparición de los viejos bosques se están acabando las epífitas, hoy, prácticamente, hallas las sobras de lo que antes hubo en cantidades”.
Situación para no desatender, pues las epífitas, más que ornamentales por su belleza exótica, son responsables de aportar gran parte de la diversidad biológica a los bosques maduros. En el caso de las bromelias, las rosetas de hojas tienen disposición cóncava para acumular agua, la cual es consumida por la planta junto con los nutrientes disueltos a través de escamas dispuestas en las hojas; esta es una forma única de hacerlo en la naturaleza pues lo común es que las plantas utilicen sus raíces en esta actividad. “El charquito que se forma en la base de las hojas de las bromelias se transforma en un estanque en miniatura al que acuden gusanos, tijeretas, escarabajos, larvas de moscas y un sinfín de animales que viven allí dentro”, afirma Mateo.
Pero eso no es todo, hasta las coloridas ranas venenosas, capaces de vivir sobre los 20 metros de altura, se mudan al interior de las bromelias, depositan huevos y crían sus renacuajos, transformándolas en miniecosistemas acuáticos no convencionales, alejados de los comunes afluentes que prestan igual servicio.
Por su parte, monos o ardillas dependen del agua acumulada en las rosetas en temporadas secas; pájaros carpinteros y trepatroncos, especialistas en cazar escarabajos, las visitan en busca de alimento; los colibríes las polinizan y los osos de anteojos les extraen el corazón o palmito que traen dentro. Estos son ejemplos claros de una sociedad que convive y fluye naturalmente.
Por otro lado, las epífitas son muy atractivas por los colores exóticos, no en vano la orquídea es una flor emblema y una de las familias de plantas más grande del mundo junto a las asteráceas. Son, justamente, sus formas, tamaños, colores y olores los que atraen polinizadores.
Según Mateo “En Colombia hay un grupo de abejas, muchas de ellas de color verde esmeralda, muy importantes en la polinización de numerosas especies de árboles y las mismas orquídeas; se les conoce como las abejas de las orquídeas. Los machos rascan los perfumes presentes en las flores y, en este proceso, se les adhiere el polen; luego, al visitar otras flores, transfieren este último a otras orquídeas, ayudándoles a polinizarse y, a su vez, ellos atraen abejas hembras con los perfumes recolectados”. Este es un proceso gana-gana donde unas no existirían sin las otras, e incluso, sin su presencia, se vería comprometida la existencia de árboles tropicales del bosque antiguo.
Las condiciones que los bosques maduros ofrecen para que las semillas de epífitas germinen no se encuentran en arboledas jóvenes donde la intensidad de la luz es mayor, el ambiente seco y los troncos lisos: “hasta un 20 % de las plantas presentes en un bosque viejo pueden ser epífitas. Cuando empiezas a cortarlo se reduce el espacio donde pueden crecer y el bosque pierde un gran pedazo de su biodiversidad”, aclara Hernández.
Con el tiempo, otros árboles de rápido crecimiento se toman el bosque perturbado, siempre y cuando no se lo intervenga más. Aunque la arboleda pueda alcanzar el tiempo necesario para llegar a su talla adulta, las plantas epífitas que antes habitaban ese espacio se recuperan en forma muy lenta y a veces no vuelven a llegar en absoluto. Mateo afirma que: “Es más fácil hallar una que otra bromelia pero no orquídeas, menos las especies grandes, esas han desaparecido”.
Dice Mateo que es muy probable que en las distintas etapas de deforestación y reforestación ocurridas en los cerros orientales del Bogotá, zona donde se ubica la sede Venado de Oro del Instituto Humboldt, se hayan perdido cantidades inimaginables de plantas epífitas, entre ellas orquídeas.
Y, aunque hay en marcha un proceso de restauración ecológica que intenta recuperar la fauna y flora nativas de los cerros, el bosque es aún joven para que las epífitas florezcan; al respecto, opina Mateo: “posiblemente toque ir a buscar unos ejemplares en otros lugares para reintroducirlas en el momento adecuado”, porque, además, el inventario actual demuestra una existencia reducida de este tipo de flora, representada sobre todo por grandes quiches que crecen sobre los pinos y acacias.
Pero aún sobreviven algunas plantas epífitas que habitan la zona de los cerros orientales bogotanos. Lo confirma Mateo:“Lo que más puedes ver en esos lados del Venado de Oro son los helechos (Pleopeltis macrocarpa) y los quiches (Tillandsia pastensis, Tillandsia biflora, Tillandsia fendleri). En cuanto a orquídeas las hay terrestres, pues ninguna de las epífitas sobrevivió a la transformación de este pedacito de los cerros; muy probablemente hubo Masdevallias y Odontoglossum, incluyendo la flor insignia de Bogotá, el Odontoglossum luteopurpureum, además de otras 50 especies que pudieron haber crecido hace varios siglos, cuando los cerros estaban completamente cubiertos con vegetación nativa”.
Acerca de Mateo Hernández, nuestro guía en epífitas
Mateo Hernández es biólogo empírico y autodidacta, en su niñez lo educaron sus padres en casa, práctica que se conoce como homeschooling. Desde niño es amante de la naturaleza, que exploraba en la finca que habitó en Subachoque a los 12 años de edad. Cuando se refiere a este aspecto cuenta que“Había un bosque nativo y todos los días me metía en él y encontraba orquídeas, pájaros que nunca había visto y que trataba de identificar con libros que traía conmigo”.
Al llegar a su mayoría de edad rehusó a ingresar a la universidad, incluso cuenta que para ese momento ya estaba terminando de escribir sus dos primeros libros: uno con la Asociación Bogotana de Ornitología y otro con un profesor del Colegio Nueva Granada. “Hay que decir que en los últimos 30 años, desde que yo era un niño hasta el momento presente, han aparecido un montón de publicaciones muy buenas sobre la biodiversidad de Colombia y las especies que hay en el país… guías de campo nacionales o locales sobre mamíferos, aves, reptiles, anfibios, peces, insectos, plantas, etc. Además, hemos vivido el surgimiento de internet, la herramienta más poderosa para compartir toda esta información. A pesar de los avances, es claro que todavía falta muchísimo camino que recorrer para lograr ver publicada la historia natural de tantísimas especies de fauna y flora. Muchas guías traen fotografías, nombres y complejas descripciones técnicas sobre la morfología y distribución de las especies tratadas, pero poco más. Aparte de las imágenes a color, es poco lo que el público general puede encontrar de información atractiva en estos trabajos, aún demasiado técnicos”, enfatiza Mateo.
En una vida de trabajo espera contribuir para que esta situación cambie. La historia natural de muchísimas especies de plantas y animales colombianos, luego de siglos de observaciones y estudios, sigue conociéndose muy poco, a veces casi nada. “Cada vez que salgo al campo, anoto incesantemente en mi cuaderno datos sobre polinizadores, horas a las que se abren las flores, temporadas de producción de frutos, animales que consumen hojas de una planta específica y muchísimos datos más, entre los cuales es completamente posible que algunos quizás nunca hayan sido registrados antes. Luego elaboro esta información, presentándola en forma –creo– concisa, buscando la forma de hacerla lo más atractiva que sea posible para el público interesado”, finaliza el naturalista.
Si quiere conocer al detalle estas especies y otras del trabajo de Mateo con plantas epífitas, visite su colección de fotografías en Flicker, con información complementaria, reunida tras 10 años de expediciones a cielo abierto y que a futuro promete nutrirse con otras especiales como las palmas, hierbas y árboles.