“Florentino Ariza, en efecto, estaba sorprendido de los cambios, y lo estaría más al día siguiente, cuando la navegación se hizo más difícil, y se dio cuenta de que el río padre de La Magdalena, uno de los grandes del mundo, era sólo una ilusión de la memoria”
Gabriel García Márquez
El amor en los tiempos del cólera
Ríos, lagunas, madreviejas, caños, manglares, arrozales, acequias, ciénagas, morichales, cananguchales, pantanos, salitrales, playones, charcos y cañosson algunos de los muchos nombres que tienen los humedales en Colombia. Tantos sinónimos no podrían dar cuenta sino de una cosa: las características tan variadas de este ecosistema. Entonces, cuando hablamos de humedales estamos refiriéndonos a aquellos lugares donde se acumula el agua, que puede fluir o estar quieta, que a veces están secos y a veces inundados, dependiendo de factores como la época del año o los cambios del clima.
Los humedales, como todos los ecosistemas, están asociados a una gran diversidad de organismos y comunidades que se han adaptado a vivir con los cambios que experimentan estos lugares que ofrecen refugio, alimento, materias primas, medicinas y escenarios para contemplar y acercarnos a la naturaleza. Gracias a los humedales que están distribuidos por gran parte de nuestro territorio nacional, hay menos inundaciones, el aire y el agua son más limpios y hay menos enfermedades.
El reto está en reconocer que somos un país de agua recordando a aquellas culturas ancestrales que se movían entre lo seco y lo mojado; que los humedales son mucho más que “charcos” o áreas que hay que desecar para extender nuestra huella. Empecemos por redescubrir nuestros humedales para que no se vuelvan una ilusión de la memoria.