- Desde 2016, una alianza de entidades públicas y privadas, academia y comunidades anfibias trabaja en la restauración de humedales de esta zona ubicada en los departamentos de Córdoba, Sucre, Bolívar y Antioquia
- En su primera fase, el componente de restauración del proyecto logró rehabilitar 4.822 hectáreas de conectividad funcional en los humedales de tres municipios, y reverdeció el territorio con la siembra de 30.000 plantas de 74 especies distintas.
- Las comunidades se vieron beneficiadas con la firma de 61 acuerdos de conservación y la construcción de cinco viveros y 20 patios productivos.
Cuando el cielo se abre para dar paso a aguaceros torrenciales en el Caribe colombiano, los ríos Cauca y San Jorge descienden a toda marcha de las cordilleras Central y Occidental hasta que se encuentran en una extensa planicie inundable conocida como La Mojana.
La unión de estos dos titanes hídricos le dan forma a este territorio de humedales que fue llamado por las comunidades indígenas prehispánicas como el Gran Zenú: un sitio donde estos pueblos lograron su mayor auge varios siglos antes de la Conquista. Allí adaptaron sus viviendas, medios de transporte, formas de agricultura y vida ritual, como la ceremonia del ciclo del agua.
En La Mojana, los zenúes construyeron la obra hidráulica prehispánica más extensa y sofisticada de canales artificiales en Latinoamérica, que tuvo como fin regular y distribuir el agua además de aprovechar su riqueza de fauna acuática y la fertilidad de los suelos.
“En este sitio, los indígenas del Gran Zenú fortalecieron sus actividades de intercambio comercial y de interacción con otros pueblos vecinos, subsistiendo de forma adaptada a los intensos periodos de lluvia y temporadas secas”, afirmó Klaudia Cárdenas, investigadora del programa de ciencias sociales y saberes de la biodiversidad del Instituto Humboldt.
Pero los intensos cambios ambientales con altos niveles de inundación generaron el desalojo progresivo de las zonas bajas y anegadizas, quedando algunos rastros de esta población indígena durante el contacto con los españoles en el siglo XVI. “Así lo documentan Plazas y Falchetti en sus investigaciones arqueológicas publicadas en 1981”, precisó Cárdenas.
Hoy en día, La Mojana, conformada por 11 municipios de los departamentos de Córdoba, Sucre, Bolívar y Antioquia, es una de las regiones del país que presenta mayores afectaciones por las lluvias y las inclemencias del sol cada año, muchas relacionadas con las modificaciones y alteraciones de los ecosistemas interandinos del interior del país.
“La región se ha visto afectada por una pérdida funcional de los canales de humedales, ríos, caños, arroyos y ciénagas, además de la destrucción de los bosques inundables o zapales que administran el agua y son fuente principal de abastecimiento de servicios ecosistémicos para el bienestar de las familias del territorio anfibio”, dijo la investigadora del Humboldt.
La vulnerabilidad de esta zona de la Depresión Momposina quedó en evidencia entre los años 2010 y 2011, cuando las lluvias del Fenómeno de La Niña la dejaron prácticamente bajo el agua. Más de 211.000 personas se vieron afectadas (50 por ciento de la población) y 20.000 viviendas quedaron inundadas.
Tres años después de los azotes de las lluvias, La Mojana padeció por el verano. Durante diciembre de 2015 y los primeros meses de 2016, aproximadamente 70 por ciento de sus humedales redujeron su superficie de agua, causando impactos en la economía de las comunidades que dependen de la pesca, la recolección, la cacería y la agricultura de subsistencia.
Estos dos fenómenos climáticos extremos, sumados a los impactos derivados de la enorme actividad agropecuaria basada principalmente en el cultivo de arroz y la ganadería, indicaron que las zonas de humedal requerían de una restauración urgente en sus ecosistemas y servicios ecológicos que prestan.
Rescate anfibio
Ante la tragedia ambiental y económica de La Mojana, Colombia formuló el proyecto “Reducción de Riesgo y Vulnerabilidad al Cambio Climático en la Región de la Depresión Momposina”, financiado por el Fondo de Adaptación del Protocolo de Kioto y desarrollado por el Ministerio de Ambiente y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
“Uno de los componentes de este proyecto macro fue el diseño de una estrategia integral para rehabilitar los humedales de La Mojana a través de la revegetación en las áreas inundables y recuperación de sus servicios ecosistémicos, la cual fue liderada por el Instituto Humboldt en articulación con la Universidad de Córdoba y la Corporación Paisajes Rurales”, dijo Ronald Ayazo, biólogo e investigador del programa de gestión territorial de la biodiversidad del Humboldt.
Ayapel en Córdoba y San Benito Abad y San Marcos en Sucre, los municipios que más se vieron afectados por el Fenómeno de La Niña, fueron seleccionados en 2016 para dar marcha al componente de “Rehabilitación del ecosistema de humedal en la región de La Mojana”, estrategia que cuenta con la participación activa de las comunidades.
El primer paso para el renacer de los humedales y zonas afectadas por los estragos de La Niña en este territorio fue una profunda investigación de los ecosistemas, sus servicios ecosistémicos y los modos de vida de la región, una planeación que estuvo en cabeza del Instituto Humboldt y la Universidad de Córdoba.
“La investigación ecológica estuvo concentrada en la variación espacial y temporal de los bosques inundables o zapales, como los llaman las comunidades. El propósito era identificar las especies que componen este ecosistema para así crear los diseños de restauración. Le preguntamos a la gente acerca de la percepción del estado y valoración de estas plantas y servicios ecosistémicos, lo que arrojó el diseño de calendarios ecológicos y productivos con conocimientos tradicionales”, precisó Ayazo.
La comunidad manifestó un gran interés por la vegetación que les brinda alimento y materias primas para las viviendas. Según Ayazo, este hallazgo les indicó que los servicios de provisión también deberían ser restaurados. “Por medio de un análisis cartográfico identificamos las zonas de rehabilitación ecológica, como las áreas de preservación, las inundables y los terrenos con mejor vocación para el uso sostenible”.
Con toda la información recopilada, el Instituto Humboldt y la Corporación Paisajes Rurales empezaron a trabajar en la creación de diseños o Unidades Básicas de Rehabilitación (UBR), partiendo de la teoría de la nucleación aplicada en los procesos de restauración.
En cada tipo de macrohábitats de humedal, como zapales o bosques inundables, ciénagas y bosques de galería en caños y ríos, se construyeron estas unidades con áreas de 25 metros cuadrados para sembrar muy densamente plantas de diferentes especies por núcleo.
“Las UBR responden a la composición florística de cada uno de los macrohábitats y tienen objetivos como la recuperación de los talud y la conectividad de ecosistemas acuáticos con los terrestres. La mayoría de estas unidades tienen una especie sombrilla de crecimiento rápido en la mitad de cada área”, menciona el biólogo del Instituto Humboldt.
En las unidades de los bosques de ribera, una de las especies priorizadas fue la caña flecha, planta que permite reducir la erosión causada por los ríos y que más adelante le puede servir a la comunidad para la elaboración de los sombreros vueltiaos.
“En las zonas de zapal, que son más pantanosas, las especies sembradas fueron aquellas que le representan alimento o refugio a las aves o tortugas icoteas”, aseguró el investigador.
Con 20 familias seleccionadas participativamente por la comunidad de Pasifueres (San Benito Abad), el proyecto trabajó en la creación de patios productivos, terrenos donde pueden cultivar los productos más valorados para su bienestar sin la necesidad de presionar los demás ecosistemas.
“Las familias de La Mojana cultivan en espacios de humedales los alimentos que constituyen su dieta diaria, como arroz criollo, maíz, yuca, plátano, ají y habichuela, al igual que materias primas como madera para la construcción de sus viviendas o canoas; por lo tanto, su bienestar y medios de vida dependen directamente de la salud de sus ecosistemas”, afirmaron los dos investigadores del Humboldt.
Resultados pioneros
Durante los cuatro años que duró el componente de restauración de la primera fase del proyecto en La Mojana, aproximadamente 380 hectáreas, distribuidas en los diferentes macrohábitats de Ayapel, San Benito Abad y San Marcos, reverdecieron con la siembra de más de 30.000 plantas de 74 especies nativas.
También se firmaron 61 acuerdos de conservación y rehabilitación con los propietarios y comunidades, tierras en la que algunos casos tenían relictos de bosque que sobrevivieron a la inundación del Fenómeno de La Niña.
“Con estos acuerdos, la comunidad se comprometió a cuidar los bosques a cambio de capacitaciones, insumos y materiales para la instalación de postes, material vegetal y cercas vivas biodiversas. De este modo, en un proceso de concientización ambiental y valoración del orgullo mojanero, desarrollamos una estrategia de rehabilitación que además permitió la regeneración natural de los ecosistemas, con la contribución y el esfuerzo de las familias”, mencionó Cárdenas.
En las Unidades Básicas de Rehabilitación, los investigadores dieron marcha a una regeneración asistida en los bosques que requerían mejorar la diversidad de sus especies de plantas, muchas de las cuales están amenazadas. En las zonas desprovistas de vegetación se realizó una restauración activa, es decir siembra directa.
Todo el material sembrado fue propagado en cinco viveros construidos con la comunidad, uno de los cuales se especializó en la producción del mangle cienaguero. “También dimos marcha a otras actividades como campañas para mejorar las canoas de los pescadores, talleres con las comunidades, niños y jóvenes, videos sobre los modos de vida anfibios y un novedoso método de siembra con macroestacas, de dos metros de alto, para que resistan el invierno”, informó Ayazo.
La estrategia logró vincular 20 patios productivos y sumar ocho más que participaron como padrinos y madrinas de los humedales. En estas zonas se recuperaron diversas especies de plantas, como plátano, frutales, fríjoles y hortalizas, y se articularon 1.271 unidades básicas de rehabilitación.
“También adelantamos un proceso participativo con familias de la comunidad de Pasifueres para rehabilitar sus modos de vida y que se conectaran de nuevo con los humedales. Para esto, se construyó con la gente una estrategia de rehabilitación de patios productivos anfibios y biodiversos”, anotó Cárdenas.
En los tres municipios se realizaron diversas actividades de intercambio de saberes con Asprocig, prácticas de siembra, jornadas de pintura de canoas con mensajes alusivos a la cultura y cuidado de los humedales, encuentros de cocina y de salud para el bienestar, entre otras.
Para Ayazo, todas estas acciones puntuales de rehabilitación aportaron en la recuperación de la conectividad de 4.822 hectáreas para especies acuáticas y semiacuáticas en estos tres municipios de La Mojana.
“La rehabilitación de un ecosistema tan dinámico como La Mojana debe estar basada en el reconocimiento de la profunda relación entre los modos de vida allí existentes y el mantenimiento de la funcionalidad ecosistémica. Restaurar basados en este paradigma es la forma más efectiva de reducir el riesgo y la vulnerabilidad frente al cambio climático”.
El biólogo recalcó que para la rehabilitación de los ecosistemas es muy importante la comprensión de los modos de vida de los habitantes de una región, dado que son ellos quienes viven en los humedales y tienen conocimientos tradicionales vinculados directamente con los usos de la biodiversidad.
“A partir del reconocimiento y la rehabilitación de los modos de vida es posible dinamizar los paisajes socioecológicos, recuperar los servicios ecosistémicos en conjunto con las familias y aumentar las probabilidades de obtener mayor bienestar para resolver sus necesidades básicas de vida”.
Por su parte, Cárdenas destacó que la restauración de los humedales depende de la activa participación de las comunidades, quienes deben ser parte del diseño de estrategias, elaboración de acuerdos de conservación, intercambio de saberes, sabores y semillas y el seguimiento y monitoreo del ecosistema, sus prácticas y proyectos productivos.
Sigue el proyecto
Varios habitantes de La Mojana e investigadores locales de la Universidad de Córdoba fueron capacitados por el Instituto Humboldt en diversos temas como fototrampeo, bioacústica y monitoreo comunitario.
“Aplicamos tres tipos de monitoreo: ecológico (indicadores de la biodiversidad como aves); social (cuánto afectó la restauración las prácticas como la extracción de leñas); y participativo”, mencionó Ayazo.
El ideal de esta transferencia de conocimiento es que las comunidades y los investigadores de la región puedan aplicar estas herramientas en terreno y así evaluar el estado de las áreas restauradas en uno, tres y cinco años.
“Entre los indicadores que serán evaluados están el número de individuos de flora por UBR y patios productivos; los eventos de quema y pérdida de espacio de los humedales; captura mensual de pesca; y especies usadas para la leña”, complementó el biólogo.
La estrategia en La Mojana ya inició una segunda fase. Con la financiación del Fondo Verde para el Clima, la estrategia abordará cuatro componentes: gestión del conocimiento, restauración de ecosistemas, sistemas productivos resilientes y soluciones del agua.
“El objetivo es llegar a los 11 municipios de La Mojana durante los próximos cinco años. Para el tema de restauración de ecosistemas de humedal, la segunda fase priorizó a Majagual, Guaranda, Achí y San Jacinto del Cauca, sitios donde ya hicimos el primer reconocimiento de las comunidades y consolidamos un documento técnico con los principales lineamientos de restauración”, enfatizó Ayazo.
El proyecto tiene la meta de restaurar más de 41.000 hectáreas de humedal en La Mojana, un trabajo en el que participarán diferentes actores como las comunidades, la empresa privada y entidades del orden nacional y local.
“Este proyecto demuestra que la adaptación al cambio climático debe basarse en los ecosistemas y contar con la participación de diferentes actores, como públicos (Estado), privados (empresa), academia y sociedad civil. El apoyo de todos los actores es fundamental, en especial el de las empresas que son responsables de gran parte de las emisiones de gases de efecto invernadero”.
Para los investigadores del Instituto Humboldt, este tipo de estrategias debe contar con una participación equilibrada entre el conocimiento local y técnico. “La comunidad tiene que ser protagonista y no se debe llegar al territorio a imponer acciones. El ejercicio de construcción colectiva, además de la ampliación y transmisión de aprendizajes, propicia el respeto mutuo y pone en valor los saberes tradicionales que aportan en las decisiones técnicas y de gestión”.
Para la restauración de un socioecosistema anfibio, como lo es La Mojana, ambos expertos precisan que en el momento de planear un proyecto es indispensable hacer el reconocimiento y la valoración de las particularidades del territorio.
“La comunicación tiene que ser permanente. Los aportes y resultados deben ser compartidos y validados constantemente en las comunidades, lo que exige que las herramientas comunicativas sean comprensibles, útiles, aplicables y apropiables, como se hizo en este proyecto #OrgulloMojanero”.